sábado, 30 de septiembre de 2023

Pachín

Recuerdos de Ángel Camandona, apodado Pachín.


TRAYECTORIA—DICIEMBRE 1963-ENERO 1966

Corría el año 1963. Yo cursaba el post-grado del Instituto Bíblico de Almafuerte.

Desde hacía seis meses vivía en el templo de la Iglesia de los Hermanos de la ciudad de Río Tercero, Córdoba, Argentina. Ángel (Cacho) Díaz y Sara Siccardi, matrimonio, hacía poco pastoreaban la iglesia de los Hermanos, reemplazando al Pastor Jack Churchill, el cual se mudó a la ciudad de Almafuerte, para seguir con la dirección del Instituto Bíblico.

Yo colaboraba con Cacho, en el grupo de jóvenes, en la escuela dominical y visitaciones.

En el transcurso de ese tiempo, recibí una carta del pastor Solon Hoyt, de la Iglesia de los Hermanos en Don Bosco, provincia de Buenos Aires, Argentina.

En dicha carta me hacía una invitación a tomar el pastorado de la mencionada iglesia, pues él y su familia se mudaban.

Grande fue mi sorpresa, por supuesto!!

Naturalmente que oraba buscando la voluntad de Dios. Consulté con mi prometida para ser mi esposa, Ester Galli, con Cacho, Churchill, Pastor Siccardi.

No fue una decisión fácil, pero entendí que era la voluntad de Dios.

Significaba un tremendo desafío.

Sin experiencia pastoral . . . reemplazar a un gigante pastor como Solon Hoyt . . . cambio a una ciudad inmensa como Buenos Aires, yo, un ex-campesino . . . sólo con instrucción primaria y cinco años en el Instituto Bíblico . . . iba a ser mi primer pastorado . . . próximo a contraer matrimonio . . . luego padre primerizo. 

Así y todo acepté la invitación del Pastor Hoyt.

Luego de la graduación y despedida del lugar tan querido que fue el Instituto Bíblico de Almafuerte, de mi pastor Luis Siccardi y familia, de Cacho y Sara de Díaz y su congregación que llegué a amar . . . y, por supuesto, de mi familia campesina, padre y hermanos . . . emprendí el viaje a la gran capital.

El Pastor Hoyt y su familia me alojaron amorosamente en su casa de la calle Chiclana 1074, Don Bosco, unos cuantos días, poniéndome al tanto de algunas cosas, conociendo algunos hermanos, a varios los conocía ya, especialmente a jóvenes en los campamentos.


También colaboré con él, un poco en la casita pastoral que él estaba edificando anexada al Templo de la esquina Calles Cramer y Bermudez. 

También me llevó a conocer los anexos de la iglesia, ubicados en las localidades de Quilmes Oeste y Villa Domínico, cercanas a Don Bosco. Ambos lugares funcionaban sobre dos tranvías que el Pastor Hoyt consiguió en desuso porque ese medio de transporte dejó de funcionar en Buenos Aires. Ingeniosamente, el Pastor Hoyt, gran trabajador, su esposa y un grupo de sus jóvenes los cortaron por la mitad, uniendo dos para hacer un salón de reuniones con sus asientos originales. En total eran cuatro tranvías, dos en cada anexo.

Antes de la Navidad de 1963, la familia Hoyt viajaba a Estados Unidos para su licencia, pero ya no regresarían a vivir en Don Bosco.

Previo a la Navidad tuvimos en la iglesia una ceremonia emocionante donde el Pastor Hoyt me encomendó al Señor para el pastorado delante de la congregación. Los hermanos de la cual me recibieron con amor fraternal.

Por supuesto que los hermanos despidieron  al Pastor Hoyt y su familia con mucha emoción . . . pues el Pastor Hoyt,  había fundado esa congregación y servido con amor y tremendo esfuerzo, espiritual y físico por muchos años.

Yo, en ese momento no cobraba dimensión de lo que sucedía. Hoy a la distancia del tiempo, debí sentirme indigno de reemplazarlo.

Luego de unos días, varios hermanos fuimos a Ezeiza para despedir a la familia Hoyt . . . hasta ver el avión desaparecer en el horizonte.

¡¡Allí comenzaba mi primer pastorado!!

Sin duda la congregación sintió el impacto, pero su amor y comprensión en Cristo fue un apoyo para mí. El grupo de jóvenes compartió conmigo el ministerio en las predicaciones, así como el trabajo en los anexos, mayormente con los niños.

Así fueron transcurriendo los meses hasta llegar el fin de abril de 1964 cuando viajé a la ciudad de Córdoba. Allí debí hacer todos los trámites para mi casamiento con Ester Galli. La fecha fijada fue el 30 de mayo. Dicha ceremonia fue presidida por el pastor Lynn Schrock, acompañado por el pastor Jack Churchill.

Luego de tan especial acontecimiento y luna de miel, emprendimos el viaje a Don Bosco. Mi flamante y hermosa esposa Ester, con 20 años recién cumplidos, y yo, también con recientes 26 años, llegamos a Buenos Aires.

Nos alojamos en la casa de los Hoyt, quienes con inmenso amor nos brindaron el lugar con todo completo. Disfrutamos esa casa durante un año. Mientras tanto se siguió construyendo la casita pastoral.

Tuvimos con Ester el ministerio en Don Bosco, Quilmes Oeste y Villa Domínico habitualmente con niños y algunos mayores en los anexos. Ester tenía clases en la escuela dominical y yo predicaciones, hacíamos visitaciones.

Ester quedó embarazada de quien sería nuestra primer hija, Adriana, la cual nació el ocho de marzo de 1965.

Por supuesto eso nos produjo un gran gozo. También en nuestros hermanos quienes nos habían recibido con una hermosa bienvenida cuando volvimos de luna de miel. Ahora lo hacían con esta noticia. No faltaron regalitos y saludos cariñosos. Su embarazo no impidió que Ester siguiera en sus tareas hogareñas y algo limitado en otras cosas. 

Tengo una anécdota. En ese tiempo iba a la iglesia Ana Podestá, que vivía con su padre a una cuadra de la familia Devesa. Su papá enfermó y tenía principio de demencia. Decidimos con Ester acompañarla de noche unos días. Una vez don Podestá se estaba afeitando con navaja. Yo me acerqué al baño y él me desconoció. Trató de agredirme. Él era un hombre fornido, había sido carnicero. Aunque yo también era fuerte. No sé que hubiera pasado. Anita su hija apareció calmándolo. El Señor nos guardó. 

Más adelante, don Podestá hizo una decisión para Cristo en un momento de lucidez. En ese año 1964, falleció. La ceremonia de su sepelio fue mi segunda vez que despedía a una persona en mi ministerio. La primer vez que lo hice, un tiempo antes, fue don Devesa, quien aunque su esposa e hijas eran cristianas, él era muy duro. Pero el Señor lo salvó a tiempo.

Ambos sepelios, repito los primeros en mi ministerio, fueron realizados en el cementerio británico de disidentes en Quilmes, que yo no conocía.

Pastor Nelson Fay

Un día llegó a casa el pastor nelson Fay. Me trajo de regalo una bicicleta de damas, marca Phillips inglesa original. Había sido de su papá, misionero en Paraguay, ya fallecido. Aunque me resultaba un poco chica, me fue muy útil en el ministerio. Tal es así que la usé para ir a Quilmes Oeste para trabajar algo en los tranvías o visitar a alguien. 

Lo mismo sucedió con Villa Domínico. Lo hacía con mucho gusto por la gracia de Dios. Era joven y fuerte. 

Esa bicicleta, que en este tiempo, 2023, tendría unos cien años, me acompañó durante 44 años de mi ministerio. La guardo como recuerdo.

Llegó el día de nicimiento de Adriana. Recién supimos en ese momento que era nena. Gracias a Dios nació muy bien. También gracias a Dios, Ester era atendida en la Capital Federal por el médico cristiano Eduardo Bedrossian en su clínica, quien, por ser yo pastor, nos atendió todo el tiempo gratis—un armenio muy buen médico y buen cristiano.

Por supuesto al volver a Don Bosco, los hermanos compartieron nuestra alegría.

Al poco tiempo nos mudamos a la casita pastoral.

Dios nos seguía bendiciendo como familia y en el ministerio.

No teníamos cama matrimonial. Una hermana viuda, la Sra. de Siles tenía una y nos la regaló.

No teníamos heladera. El Pastor Marshall, de Villa General Belgrano, nos regaló una Servel a kerosene. Quien también nos regaló una cunita para Adriana. 

La familia Churchill que regresaba a Estados Unidos, nos regaló un corralito.

Nunca podemos olvidar todo esto.

Reiterando por cierto, la bondad de los Hoyt de darnos su casa con todas las cosas durante más de un año. Ellos volvieron ese año a la Argentina pero para mudarse a Almafuerte y hacerse cargo de la dirección del Instituto Bíblico.

Estando en la casa pastoral, recibimos por tres meses a Maisie Boore y Loida Enrici de Almafuerte, Córdoba. Ellas iban a hacer un curso de Lapen con la Srta. Krieger. Las alojamos lo mejor que pudimos.

La iglesia nos daba un sostén y también recibimos ofrendas particulares. Sin desmerecer a nadie, sólo menciono a doña Josefa de Devesa, quien llegaba a menudo con una empanada gallega, o doña Princic con huevos frescos de sus gallinas.

Ester iba a la feria, a una cuadra de la iglesia, una vez a la semana y compraba lo más barato—verduras, fruta, carne, etc.

No podemos, ni debemos, olvidar esos dos años vividos en Don Bosco. Está fresco en nuestras mentes, de mis 85 años, y 79 de Ester, a los 59 años de nuestro matrimonio, con cinco hijos y once nietos—los años que Dios nos dio en Don Bosco, Quilmes y Villa Domínico.

La paciencia, el amor de los hermanos en soportarnos. Estoy consciente, con el correr de los años, que cometí muchos errores. Sé que algunos de los hermanos no quedaron conformes conmigo en Don Bosco. Ya no los puedo reparar.

Nos fuimos dando cuenta delante del Señor que ya nuestro tiempo en ese lugar que había llegado a sernos querido, ya había terminado. Por eso decidimos volvernos a Córdoba. Ester estaba de nuevo embarazada.

En enero de 1966 nos volvimos. Yo había aceptado una invitación del Pastor Schrock para tomar en el campamento un estudio sobre Filipenses. Ese fue mi último estudio que preparé en mi escritorio del altillo del Templo en Don Bosco. Sentado en una silla que ma había regalado el Sr. Rocobertón, carpintero amigo de Mr. Hoyt.

Olvidé mencionar que no teníamos lavarropas. Una tía de Ester le regaló uno viejo a turbina. Tendía la ropa en la azotea del Templo que había edificado el Pastor Hoyt. 

¡¡¡Hasta ahí nos ayudó Jehová!!!

El Señor, juez justo, juzgará mi conducta y ministerio de esos años.


jueves, 31 de agosto de 2023

¡Imposible!

Nota de la autora:

Acabo de recobrar un documento escrito por mi hermano Lynn hace años que cabe aquí como segundo apéndice. Es una perspectiva adicional, donde él reflexiona sobre ese último año en Don Bosco y nuestra despedida final. 





¡Nunca sucederá!


Comenzaba nuestro último año en Don Bosco. Nos iríamos en noviembre o diciembre de ese año 1963, y cuando regresaran a la Argentina, papá y mamá serían reasignados a otro lugar.  
    
    Para nosotros los chicos, especialmente Rita y yo, éste sería nuestro último año en la Argentina, a menos que decidiéramos volver por nuestra propia cuenta. Rita asistiría a la universidad y yo terminaría la secundaria en los Estados Unidos para continuar luego en la universidad. 

    Estábamos muy involucrados en ministerios evangelísticos y la idea de abandonarlos, nos resultaba cnflictiva. Dejaríamos atrás dos Horas Felices que ya presentaban características de formar una futura congregación. Además dejábamos a nuestros queridos amigos de diez años y para mí y Rita, unos eran más que amigos. 

    Rita era muy amiga de un joven de casi la misma edad y abandonarlo le parecía el fin del mundo. Yo, Lynn, estaba enamorado de una tal Dorita, eso a los catorce años era gran cosa. Por si fuera poco, me había enterado que ella sentía lo mismo. Pero yo, por timidez o verguenza, no dije nada.  

    Además, nos iríamos justo antes de la época de campamentos, siempre una era una experiencia esperada con mucha ilusión: el viaje de 8 a 10 horas en ómnibus o tren y luego el camino agreste en camión hasta el campamento. Lo maravilloso era reencontrarnos durante esas dos a cuatro horas apretados en el camión con quienes no habíamos visto en todo el año o hacer nuevas amistades.
    
    Aunque ir a los EEUU también tenía su atractivo: ver a primos y tíos que casi no conocíamos; jugar en la nieve; conocer la tierra donde nacieron nuestros padres y las maravillas y avances de la vida americana.

    Este año podría parecerse al síndrome del "pato cojo" ya que podíamos ver su final. Sin embargo, fieles a su ética de trabajo, mis padres jamás cesaron en su empeño. Y a nosotros, que nos considerábamos parte del equipo, tampoco se nos ocurrió un cambio de rumbo.

    A finales de 1962, mamá encontró un pequeño artículo escondido en las páginas interiores del diario. El título daba a entender que la ciudad de Buenos Aires buscaba cómo deshacerse de los tranvías que recientemente habían retirado de circulación y, para eso, los destinaban a instituciones caritativas. El único problema era que tendrían que trasladarlos fuera del lote donde estaban almacenados dentro de un corto plazo (seis semanas, si bien recuerdo) de haber sido otorgados.

    Mamá le mostró el artículo a papá y sugirió que escribiera una carta para pedir una de esas unidades para colocar en uno de los sitios donde teníamos Horas Felices para uso como lugar de reunión. Papá pensó que sería una pérdida de tiempo porque generalmente todo lo de valor era acaparado inmediatamente por la diócesis católica. Mamá no iba a ser disuadida fácilmente, entonces accediendo a su insistencia, papá redactó una carta y la envió. Normalmente opinaba con total acierto, pero por alguna razón, el Señor intervino y un día, en enero o febrero de 1963, llegó una carta avisándonos que nos habían otorgado no sólo un tranvía, ¡sino cuatro!

    Tendríamos dos tranvías para cada lugar donde hacíamos las Horas Felices. Ahora hacía falta encontrar donde ponerlos. Ninguno de los terrenos donde nos reuníamos (con permiso de los dueños) estaba en venta. Aunque era seguro que el de Quilmes Oeste estaría disponible para ubicarlos temporalmente. Papá le ofreció al dueño en Villa Domínico comprárselo. No sé si fue difícil convencerlo ni cuánto le costó, pero el resultado fue que lo logramos y ahora teníamos dos lotes, cuatro tranvías y seis semanas para transportarlos.

    El procedimiento para el transporte fue increíble. Ya que los cables que cruzan las calles estaban bajos y cada vez que el vehículo de transporte encontraba esa situación alguien arriba del tranvía debía levantarlos para poder avanzar. El que levantaba el cable caminaba sobre el techo hasta poder dejarlo caer en la otra punta. Esto se repetía también cada vez que había luces de calle. En algunas cuadras debían hacerlo dos o tres veces.


    Ya colocados los tranvías, comenzó el trabajo en serio. Quitamos uno de los lados de cada tranvía, luego los juntamos para formar un sitio de reunión de unos 5m por 10.5m con asientos como para 72 personas.


    Aunque ya teníamos las manos llenas, la vida diaria debía seguir adelante. Los jóvenes y algunos adultos de la iglesia colaboraron para construir un alambrado necesario para proteger todo el material de valor. Mientras tanto, alguien debía vigilar día y noche para evitar vandalismo. Uno de los jóvenes quedaba en un sitio y yo, Lynn, en el otro.


    Mientras se instalaba el alambrado, la vida en nuestro hogar no paraba. Mamá esperaba su quinto bebé en cualquier momento. El 7 de marzo comenzaron los dolores de parto. Ella me preparó un  almuerzo y luego con papá me lo trajeron en camino al Hospital Británico en Buenos Aires, a 18 kilómetros de carretera adoquinada. 

    Tan pronto llegaron, la examinaron y la llevaron inmediatamente a la sala de partos mientras papá se sentó y empezó a firmar los documentos de ingreso. Tan exhausto estaba que se durmió firmando su nombre. Cuando despertó, pidió que lo llevaran a la sala de partos para estar con mamá. Le informaron que ya era demasiado tarde, que ya había nacido nuestro hermano menor. Su nombre es Norman Alan. El primer nombre en honor del abuelo Hirschy, hombre de fe con corazón enternecido hacia un mundo perdido. Siempre lo hemos llamado Alan ya que los demás todos tenemos nombres de sólo cuatro letras.




    Frecuentemente he deseado que hubiésemos podido permanecer allí para continuar la obra comenzada en esos dos lugares. Pero no pudo ser. La última vez que pregunté, los tranvías convertidos en capillas, ambos seguían funcionando como salones de reunión, aunque ya hace tiempo que no tenemos contacto con esas congregaciones.

    Estos recuerdos me llevan a dos verdades importantes:    

    1. Nunca digas que jamás sucederá. Si Dios quiere, LO HARÁ! 

    2. Si piensas que tu plato está repleto y no das para más, es probable que Dios te añada otro bocado desafiante para que dependas de El. 

sábado, 15 de abril de 2023

Entre dos mundos

 


El ruido del tren retumbaba cada cinco minutos porque las vías estaban a solo una cuadra de distancia. Cada vez que sonaba el silbato, sabíamos que era el lento, que paraba en la estación cercana, y no el rápido que pasaba a toda velocidad.

Nos habíamos mudado a una nueva ciudad. Yo tenía ocho años.

Estábamos acostumbrándonos a los sonidos familiares de los trenes y a la vida en aquella casa de dos pisos en la calle 31 de Don Bosco, un pueblo en las afueras de Buenos Aires.

El martes era “El día de la feria”. Los vendedores se alineaban en la calle junto a la estación del tren, vendiendo frutas y verduras, flores, artículos para el hogar, ropa, artesanías, etc. La gente del pueblo se arremolinaba comparando precios, charlando, disfrutando del calor del sol de la mañana y la camaradería. 

La mayoría de los días comprábamos frutas y verduras en la verdulería de doña Lucy, el puesto en la esquina frente a la estación. Julio, su hijito de pelo oscuro y cabello ondulado, pasaba el rato allí. A menudo se lo veía con su rubio amigo, Roberto. No recuerdo cuando, pero en algún momento después de que mis padres comenzaran una clase bíblica para chicos los domingos por la mañana en nuestra casa, los dos amigos comenzaron a venir con frecuencia, a veces acompañados por sus hermanos menores. Julio era uno de los presentes cuando celebramos el cumpleaños 31 de mi papá.

Se podría decir que todos crecimos juntos en el barrio, aunque mis hermanos y yo nunca tuvimos la libertad de jugar en la calle como los otros chicos.

Tenía una amiga, Delia, que vivía a la vuelta de mi casa y todos los días caminábamos juntas hasta nuestra escuela primaria, la Escuela No. 42, que estaba a ocho o diez cuadras cruzando las vías del tren hacia las afueras del pueblo. Ella también era parte de nuestro pequeño grupo y de vez en cuando asistía a la escuela dominical. 

En una reunión vespertina en nuestra casa, todos los asientos de la sala estaban ocupados y me tuve que sentar en uno de los fríos escalones de la escalera de cemento que conducía al primer piso. Quizás el sermón se alargó demasiado, o no quise interrumpir saliendo para ir al baño. Por desgracia, el resultado fue peor porque tuve un “accidente” allí mismo en los escalones. Mi amiguito Julio, sentado a mi lado, sintió mucha pena por la vergüenza que esto me había causado.

Me quedó otro recuerdo de cuando vivíamos en esa misma casa, Calle 31 No. 33. Enfermé de paperas en la época navideña (verano en Argentina) y no pude representar mi papel en el programa que se hacía en el patio trasero de la casa. Con tristeza miraba hacia abajo desde la ventana de mi cuarto, las mejillas hinchadas cubiertas con una bufanda. 

La mayoría de nosotros también asistía a una Hora Feliz que se hacía los jueves por la tarde en otra parte del pueblo. Nos encantaba nuestro maestro, Carlos Maccio. Siendo preadolescentes, nos involucró en un programa que se grababa para difundir por radio. Todas las semanas viajábamos en tren a un estudio en la capital, en el centro de
Buenos Aires, para hacer sketches y cantar canciones para un programa infantil de radio. Recuerdo claramente haber cantado un solo, era el Salmo 103 con música. Otros detalles se han desvanecido.

Más adelante nos mudamos a otra casa, mucho más cercana a la de Julio, a la vuelta de la esquina.
Las amistades entre los chicos de nuestro barrio crecieron. Los Clausen, una familia danesa de creyentes, vivían en la vereda de enfrente. Lise, su hija, y yo, nos hicimos buenas amigas, aunque ella era un
par de años más joven. Caminábamos juntas todas las tardes a un negocio del otro lado de la vía para comprar leche. 

Su hermano Eduardo, alto, rubio y hermoso, tenía mi edad, y desarrollé un enamoramiento por él que duró todo nuestro año de licencia en los Estados Unidos. Pero cuando regresamos a nuestra casa de Chiclana, poco a poco me fui dando cuenta de que él no pensaba en mí de la misma manera. Además, no frecuentábamos los mismos círculos. Los Clausen eran miembros de una congregación de
los Hermanos Libres en Wilde, el siguiente pueblo en la ruta del tren hacia la capital.

Mientras tanto, nuestro propio grupo juvenil de Don Bosco iba creciendo en número y afinidad. Mis padres notaron que llamaba la atención de los varones y me trasladaron a la habitación de atrás, donde no podía hablar con los chicos desde la ventana de arriba que daba a la calle. La reubicación no sofocó totalmente los anhelos internos de la adolescencia. Tuve muchas oportunidades de reunirme y servir junto con los jóvenes de nuestro grupo.

El trabajo físico en el ministerio nos unió como comunidad. A lo largo de los años, mi padre, con la ayuda de miembros mayores y jóvenes de la congregación, construyó un edificio de iglesia que llamamos Templo Evangélico. Los jóvenes adquirieron habilidades en carpintería y albañilería mientras trabajaban junto a mi papá. 

Pastor, predicador, constructor. Don Solón, también impartía disciplinas espirituales. Durante mucho tiempo se reunió con estos adolescentes para la oración matutina. Temo que Julio haya admirado más a mi padre que al suyo, farmacéutico que se levantaba temprano para el viaje en tren de una hora y
trabajaba largas jornadas en un establecimiento de prestigio en la famosa calle peatonal de la ciudad capital, la calle Florida.

De jóvenes ayudábamos en una Hora Feliz al aire libre. Cinco o seis de nosotros viajábamos en tren a un pueblo vecino (Villa Domínico) y luego caminabamos hasta un terreno cercano. Cuando yo tocaba el acordeón, los niños se acercaban y les enseñábamos lecciones bíblicas. Julio cargaba el pesado instrumento en la larga caminata desde la estación de tren hasta el lote baldío donde se reunían los chicos.

Con el tiempo se hizo evidente que Julio y yo éramos pareja. Nuestra incipiente atracción no había pasado desapercibida para mis padres. Yo sabía que la desaprobaban. Parecían preocupados y me recordaban a menudo: "El próximo año regresaremos a los Estados Unidos". Querían protegerme de una relación imposible. Cuando terminara nuestro período misional de cinco años, tendría que irme de Argentina y regresar a los Estados Unidos con la familia. Y se esperaba que asistiera a la universidad en Indiana, de nombre Grace College. No había ninguna garantía de que alguna vez pudiera regresar.

Sin embargo, nuestra amistad de novio y novia creció. Julio me conquistó con su franqueza genuina y su vibrante personalidad. Y me adoraba. 

Nos atrevimos a imaginar un futuro imposible. Yo era una niña misionera estadounidense y él argentino. Tales relaciones eran inauditas en ese entonces. 

Lo que mis padres no sabían era que Julio y yo nos veíamos cada vez más seguido. Julio vivía apenas a dos cuadras de distancia. Me esperaba en la esquina todas las mañanas y me acompañaba hasta la parada del ómnibus.

Yo asistía a una escuela secundaria para maestros, la Escuela Normal Mixta de Quilmes, a dos pueblos de distancia en transporte público.
Con el tiempo aumentaban los ratos que pasábamos juntos, desde la espera del ómnibus Nº 24
para acompañarme en el viaje de veinte minutos y caminar juntos unas doce cuadras hasta la escuela. 
A él no le importaba que significara ir y volver, a sus expensas, solo para regresar unas horas más tarde a sus clases en el Colegio Nacional, que funcionaba por las tardes en el mismo edificio de la Escuela Normal.

Mis clases de educación física se hacían una o dos tardes a la semana en un gimnasio de otra parte de la ciudad de Quilmes. Julio solía esperarme y yo lo reconocía de lejos con el suéter de lana que su mamá le tejía todos los años. Le encantaba cuando corría a su encuentro, y yo feliz de ver sus ojos oscuros y sonrientes.

Cuando nos separábamos, dejábamos pequeñas notas en muescas de las paredes del salón de clases o huecos de árboles en el patio de la escuela. Por lo general, lo hacíamos en boletos de ómnibus enrollados donde habíamos escrito Te quiero, te quiero, te quiero, una y otra vez. Julio, para sorprenderme, consiguió rollos enteros de un amigo cuyo padre era colectivero.

Una mañana, Julio se quedó afuera de la cerca de la escuela. Estábamos hablando a escondidas cuando la preceptora, se fijó en nosotros, se acercó, nos reprendió duramente y me llamó a la preceptoría. A mí, la pequeña estudiante perfecta, me enviaron a casa, suspendida. Solo se me permitiría regresar al día siguiente acompañada por mis padres.

Julio me esperó afuera de la escuela para escuchar el resultado de la sancion y me acompañó hasta mi casa. Quería explicar y asumir la responsabilidad…

"¿Qué hicieron?!!" preguntó mi mamá tan pronto nos vio. Yo no estaba en la escuela, se me veía muy angustiada, con los ojos rojos, llenos de lágrimas, ¡y con Julio!

Ninguna explicación bastó. Estábamos en un gran problema. Mis padres trataron de mantenernos separados. No nos veíamos mucho luego de ese episodio, y me volví más reservada.

En retrospectiva, es difícil imaginar un amor más dulce e inocente que el nuestro. No teníamos televisión; nuestras mentes y corazones aún no estaban invadidos por un entorno enloquecido por el sexo. Jamás hablamos de ese tema. Creo que no se nos cruzó por la cabeza siquiera. Jamás llegamos a ese grado de intimidad en el tiempo que estuvimos juntos. Sin embargo, es probable que mis padres imaginaran algo diferente.

Una tarde lluviosa, aprovechando que mis padres no estaban, Julio y yo nos atrevimos a dar una vuelta a la manzana compartiendo un paraguas. Tal vez fue entonces cuando me dio la foto de una revista que atesoramos como el ideal del amor y el matrimonio: una pareja joven empujando un cochecito de bebé. Es posible que papá se haya enterado; una mañana, poco después, lo oí llorar en voz alta.

Cuando llegó el momento de la licencia misional de mis padres, la separación de mis amigos, y de Julio en particular, fue muy difícil. En el aeropuerto, nos escabullimos y nos besamos como nunca antes, quizá en un intento por sellar de ese modo nuestra promesa de una relación contínua. Cumplimos ese compromiso durante más de dos años a través de una correspondencia fiel y ansiosamente esperada.

Finalmente, un día, papá dijo: “Puedes hacer lo que quieras”. No mucho después, renuncié a la idea de un futuro juntos.

No vi manera de que Julio pudiera venir a mí, o yo ir a él. La distancia era el obstáculo más obvio, pero vivir en mundos diferentes era el gran obstáculo invisible en ese momento. El dolor de la ruptura abrupta se fue desvaneciendo. Finalmente, las preciadas cartas se perdieron o se quemaron. Nunca más encontré el corazoncito de metal que él mismo me había hecho para mi cumpleaños.  

Cada uno de nosotros se casó dentro de su propia cultura y tenemos familias en crecimiento. Sin embargo, ese primer amor sigue siendo un dulce y poderoso recuerdo.

viernes, 31 de marzo de 2023

1963

  


Mi último año en Argentina fue difícil en muchos aspectos: escuela, relaciones, iglesia, etc. Mi amiga Mirtha, a lo lejos, sintió algo en su espíritu, y escribió:
Manita, [hermanita] ¿te está pasando algo en especial que me dan tantas ganas de verte o son "sentimientos" míos?. . . Vos sabés que siento necesidad de orar por vos especialmente.
Consolada y animada, respondí: 

¡Qué maravilloso es el Señor! Pensar que Él te contó a vos que yo necesitaba tus oraciones, que me pasaba algo en serio. . . Parecía estar hundida en un pozo de desesperación, de desánimo, de tristeza. . . estaba fracasando en todo. En la escuela me iba mal en las prácticas, en las materias. Me sentía inútil.

Un querido amigo cercano, también sintió la necesidad de orar mucho por mí.

No mucho después, experimenté una actitud diferente, una nueva perspectiva de la vida. Volvió la alegría, aunque las exigencias de la vida no habían disminuido.

En mi último año de secundaria; la carga era muy pesada. Le expliqué a mi amiga lo terribles que eran las presiones académicas con los nuevos exámenes trimestrales y que los profesores agregaban más y más material.

. . . te digo que que este año tantas veces he querido abandonar la escuela completamente, tirar los libros y no verlos más.

Pero, Mirtha, te aseguro que el Señor me da tantas fuerzas físicas y espirituales y me ayuda tanto. Si no fuera por esto no sé qué pasaría.  

En ese momento en Argentina, la Escuela Normal era una carrera de cinco años que nos preparaba para convertirnos en maestros de enseñanza primaria. Los dos últimos años se centraban en cursos de pedagogía, incluida la enseñanza práctica. La planificación de lecciones era especialmente desafiante y pasé una gran cantidad de tiempo en su preparación. Eventualmente, para mi sorpresa y la de mis profesores, cuando estaba enseñando en el salón de clases, me sentía a gusto. 

La agenda era tan apretada, tan poco tiempo libre, tan poco sueño, ansiaba descansos o vacaciones. Cuando murió el Papa Juan XXIII (3 de junio de 1963), adolescente inmadura que era, en lugar de lamentar la muerte del buen Papa (Il Papa Buono), me alegré de tener un día libre.

Nuevamente en noviembre tuvimos un día de luto nacional, sorprendentemente fue por la muerte del presidente J. F. Kennedy. Su asesinato conmocionó al mundo. Es uno de esos eventos que se quedan grabados en la memoria. Recuerdo cuando el Sr. Gammel, nuestro vecino de al lado, llamó por encima de la cerca para darnos la noticia.

Esto es un aparte, pero hay otra anécdota interesante que involucra a los Gammel, nuestros ancianos vecinos alemanes. Habían perdido a una hija joven hacía muchos años. Cuando estuvieron listos para separarse de una hermosa muñeca que atesoraban, me la regalaron de manera generosa y ceremoniosa. Era grande y hermosa. Lamentablemente, yo ya estaba más allá de la edad de jugar con muñecas y no entendí el significado de lo que me habían otorgado. Nunca supe mucho acerca de la pérdida de esa hija. Y ahora, me pregunto qué habrá sido de aquella muñeca.

Mientras tanto, la vida familiar era muy intensa. 

Le escribí a mi amiga sobre Baby Alan

el nene más hermoso del mundo, está gordísimo. Tiene ojos azules, cabello igual que mi mamá . . . se ríe muchísimo; esta mañana no lo podíamos parar en la Escuela Dominical. 

Ivan está muy contento con su hermanito . . . no está nada celoso. Lo único que es un poquito brutito, es decir que no es tan suave como debiera ser y generalmente tiene las manos sucias, así que no le dejamos tocar a Alan. 

Podía distraerme tan fácilmente disfrutando de mis hermanos pequeños... 

Volví a las 5 de la práctica. Cuidé un poco a Alan y después estuve un rato con Ivan enseñándole algunas letras. 

Más adelante en la carta, me reprendí por "perder el tiempo". Traté de preparar un plan de clase esa noche, pero tuve que levantarme a las 3:30 para terminarlo. 

Más detalles familiares aparecen en la carta de papá a mis abuelos. 

27 de abril—Esta noche es un buen momento para estar en casa. Está lloviendo y ha estado gris toda la tarde y parte de la mañana. Acabamos de terminar la cena: Kathryn y Rita están lavando los platos, Lynn está estudiando, Aldo se está entreteniendo cerca de Lynn, y Ivan los está molestando a ambos. Alan acaba de tomar su biberón y le está sonriendo soberbiamente a Rita. Es verdaderamente el príncipe de la casa. Ha sido tan bueno y es tan agradable y gordo. Deseamos que todos pudieran verlo. Bueno, ya no falta demasiado. Los meses pasan tan rápido que me pregunto si terminaremos todo lo que debemos hacer antes de nuestra hora de partida. 

 

Esta semana pasada terminamos de unir los techos de los tranvías que tenemos en Quilmes. Debemos terminar una pared, reparar un poco el piso y colocar el resto de los bancos y luego, al menos temporalmente, terminaremos con esos dos tranvías. Luego debemos ir al segundo anexo y juntar los dos que tenemos ahí en Villa Domínico. Después de eso debería terminar la casa pastoral que comenzamos en febrero. 

Los Horas Felicess que tenemos en las dos localidades han ido muy bien hasta el momento. 

 
Le conté a Mirtha una experiencia divertida cuando mi grupo de Hora Feliz tuvo una visita inusual antes de que empezáramos a usar los tranvías. 
. . .tuvimos 24 niños y un borracho. ¡Pobre hombre! Se portó bastante bien considerando la condición en que estaba. Se sentó en el pastito, atrás de todo, como un chico. Llegó justo cuando iba a enseñar el texto y yo no me había dado cuenta que estaba borracho. Empecé a decir algo del texto y él dijo con voz gangosa: "El primer texto que entró en la Argentina fue el textil con doble s". Yo me sorprendí tanto que lo miré y me detuve pero Julio me hizo señas de que continuara. Entonces no le hice más caso y se portó bastante bien. A veces decía cada cosa tan loca que los chicos se daban vuelta y se reían y él se reía también. El texto era Juan 15:13 y cada vez que decíamos Juan 15:13 él se reía. Dijo "poner la vida por amigos . . . está bien . . . pero . . . Juan 15:13  ja! ja! ! !"

Durante la lección atendía como si fuera un chico y repetía muchas palabras que usaba Mabel pero en realidad eso no molestaba mucho. Cuando los chicos se daban vuelta, les decía: "Atiendan . . . que esto es bueno . . . para oírlo . . . y aristocrático para sentirlo." Y después le decía a un chico: "Pelopincho ¡Pelopincho! Atendé!" 

Al final cuando Mabel estaba dando el plan de salvación la interrumpió para preguntarle: "¿Quién decide la maldad del destino? ¿Quién es el promotor?" Mabel no entendía y no sabía qué contestarle pero le dijo: "Todos somos pecadores y el único que puede salvarnos es Jesús, etc." El hombre dijo, despacito y con una voz rara: "Gracias, señora". Y, después: "Perdone, la interrumpí . . . con . . . una pregunta . . . indiscreta. . . Quería saber . . . A mí me gusta . . . Yo quiero a Dios, a Jesús, a todos". 

Cuando Ricardo lo saludó le dijo: "Muuuuuchas gracias. El saludo es suyo cordial y siempre." 

Esta última frase la repetimos tantas veces entre nosotros que seguro pasará a la historia.

 
En la carta familiar fechada el 10 de junio, la abuela escribió:

Recibimos una carta muy agradable de Lynn la semana pasada. Desearía poder copiarla completa pero, el tiempo y el espacio no lo permiten. Algunas citas: "Papá estuvo en cama enfermo dos días debido a su espalda. Mamá está muy contenta con Alan la mayor parte del tiempo, pero a veces no está tan contenta porque él regurgita mucho. Te echa mucho de menos. De hecho, todos lo sentimos."

La verdad era que mamá tenía un dilema en ese momento. Las noticias sobre el deterioro de la salud del abuelo Hirschy la preocupaban profundamente. ¿Debería intentar volar a los Estados Unidos para verlo? Pero, ¿cómo podría dejar a la familia durante este tiempo tan ocupado y con un bebé? ¿El abuelo llegaría a ver al nieto que llevaba su nombre? La abuela había expresado su sincero deseo de que pudiéramos viajar de regreso a los EE. UU. antes de que fuera demasiado tarde. Sin embargo, eso no iba a suceder. El cáncer detectado en primavera, siguió propagándose y falleció el 25 de agosto, tres días después de que celebraran su 50 aniversario. 


El año escolar terminó en noviembre y, a pesar de las muchas pruebas y tribulaciones, ¡me gradué!

Ceremonia final

Egresados de 5º 3ª 

Entonces comenzaron los trámites burocráticos y el papeleo para poder salir del país. 
Le describí detalladamente a Mirtha algunas de esas salidas.
viernes, 13 de diciembre de 1963

Aquí estoy en pleno centro de Buenos Aires, en el auto frente a un taller mecánico. Hacia adelante veo el Ministerio de Comunicaciones a la izquierda y el Luna Park a su lado a la derecha. . . Si miro atrás veo la Casa Rosada y recién lo vi  a Illía asomado a la ventana (ja! ja!) [¡Ahora sé quién ganó las elecciones del 7 de julio!]  Estoy aquí sola con Ivan. Mi papá fue a hacer algunas cosas mientras arreglan el coche que se nos paró acá en la Capital de golpe (por suerte delante de este taller). 

Este es el cuarto día que venimos a la Capital. Ya estoy cansada de ver edificios, edificios y más edificios.

El martes vinimos en auto. Llovía, llovía y llovía. Fuimos a la Policía. Lynn, Aldo  y Alan argentinos sacaron sus pasaportes. Mi papá sacó un certificado de viaje, mi mamá ya lo tenía. Yo debía sacarlo pero cuando presenté la cédula y vieron que era de la provincia dijeron que no servía y que debía tener uno de la Capital. Y también nos enteramos de que Ivan no podía irse del país sin tener cédula. Así que los dos debíamos obtener cédulas. Para ello necesitábamos: 1º) Ficha de entrada al país y 2º) Ficha de nacionalidad.

Fuimos a buscar lo 1º a Migraciones y para mí casi no hubo problema porque yo ya estaba registrada y había ido otras veces. Sólo un problema hubo y era que me lo querían dar el 18! (y el 20 nos vamos). Tuvimos que hablar con el jefe para que nos hiciera un favor. 

Pero resulta que al niño Ivan no lo habían registrado, no sé cómo, entonces por supuesto no podían darle una ficha de entrada si ni sabían que existía! Pidieron partida de nacimiento, no teníamos (solo algo que no era lo mismo y no servía). Pidieron otra cosa. . . Bueno, para ese día habíamos hecho suficiente así que nos volvimos, pero . . . llovía, llovía llovía!!! Las calles estaban hechas ríos, las veredas cubiertas de agua, muchos negocios cerrados porque el agua llegaba a sus puertas o aún entraba. . . La avenida Mitre por la cual teníamos que pasar imprescindiblemente para llegar a casa, estaba peor. Dos veces el auto se paró por estar demasiado hundido en el agua y tuvimos que pagar $200 cada vez para que nos sacara un caballo cuyo dueño estaba muy contento ese día (¡ja!)

Al día siguiente vinimos mi papá Ivan y yo, pero en tren, subte, a pie etc. y así dos días estuvimos andando, caminando, caminando, esperando, esperando en una oficina y en otra y cada vez surgía algo nuevo.

Ayer, por ejemplo, fuimos al Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto para hacer legalizar tres papeles que sacamos en el Consulado norteamericano. Eran las fichas de nacionalidad una para mí y dos para Ivan (una para presentar en la Policía y otra para Migraciones).

Sorprendentemente, todo salió bien para nuestra oportuna partida, el 20 de diciembre de 1963.

Ángel Camandona, el nuevo pastor, apodado Pachín, había llegado una semana antes.

Pastor Pachín frente a la casa pastoral

Margaret Marshall escribió sobre su experiencia de la memorable despedida. 
20 de diciembre 
El viernes por la noche todos fuimos al aeropuerto a despedir a los Hoyt. Se suponía que su avión saldría a las 7:30, y eran casi las 10:30 cuando finalmente partió. . . Había varias personas de nuestras otras iglesias allí.

Algunos de los que nos despidieron

Mirando hacia atrás, a modo de reflexión sobre lo que Dios había hecho, compartí con Mirtha, en la carta antes mencionada.
Siempre me acuerdo de una reunión de iglesia hace más de un año, que fue muy acalorada y realmente histórica. En ella se habló de la necesidad de un pastor cuando nos fuéramos nosotros. Todos estábamos de acuerdo en eso. Luego hablamos de la necesidad de proveerle una vivienda a ese pastor. También estábamos todos de acuerdo. Después se habló de Villa Domínico y de lo necesario que era tener un local o algo para la Hora Feliz, pero sobre todo para comenzar a trabajar con los mayores. En este asunto surgieron las diferencias: unos pensaban que era muy urgente la necesidad y que debíamos hacer algo y otros que lo primero que había que hacer era la casa pastoral y luego se pensaría en villa Domínico. . . Esto nos llevó a orar desde ese día por un pastor, la casa pastoral y un lugar en Villa Domínico. Y el Señor nos dio las tres cosas, y como si eso fuera poco nos dio otro anexo más.

Así terminó mi vida en Argentina. Mis padres y tres hermanos regresaron luego de un año. La foto del pasaporte familiar (que abre este capítulo) tenía mi rostro y el de Lynn tachados y también indicaba nuestra cancelación en una página aparte. Mi hermano y yo comenzábamos un nuevo capítulo de la vida. Este es el final de la Primera Parte. Como apéndice, un episodio más resume y describe una relación significativa que no se puede olvidar.

Y a aquel que es poderoso para hacer todas las cosas 
mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos,
de acuerdo con el poder que obra dentro de nosotros,
a él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús
por todas las generaciones,
por los siglos de los siglos.
Amén.
Efesios 3:20-21

martes, 14 de marzo de 2023

Verano de 1963

Coro del campamento

Los meses de verano solían estar llenos de actividades, y este año en particular, lo demostraba con creces. 
Pasados sesenta años, había olvidado muchos de los acontecimientos que encuentro en las cartas y documentos recopilados de diversas fuentes.
Encontré una anécdota que me resultó interesante en las cartas que le escribí a mi amiga Mirtha:
8 de enero de 1963

Esta mañana me levanté a las seis menos cuarto para ir a la feria con Lynn. Él tiene un puesto allí de Biblias, libros evangélicos y radios Alpha [la empresa de los tres amigos, Julio, Roberto y Antonio]. La feria está a una cuadra del Templo, entonces alguien siempre tiene que ir para ayudarle a llevar la mesa hasta la feria. Ha llamado bastante la atención su puestito y ha vendido 3 ó 4 ó 5 Biblias, 2 libros tuyos, varios libritos para niños, 2 ó 3 Nuevos Testamentos, etc. Lynn está tan entusiasmado con este trabajo que toda su vida está centrada en eso (bueno, no tanto, pero casi).

A medida que se sumaban más iglesias de los Hermanos en el Gran Buenos Aires, aumentaba la cooperación y los eventos conjuntos.

El 5 de enero todos los grupos de jóvenes se reunieron en Castelar donde Don y Hazel Bishop se habían instalado dos años antes.

Jim y Margaret Marshall se habían mudado a Ciudad General Belgrano a fines de 1962. Papá hizo numerosos viajes hasta allí durante el verano para ayudarlos a instalarse y construir un garaje. A menudo lo acompañaban miembros de nuestra familia y en algunas ocasiones llevó consigo a un par de los jóvenes que trabajaban regularmente con él en una variedad de proyectos.
Mientras tanto, los Marshall se habían acercado a sus vecinos y el domingo 3 de marzo comenzaron los servicios en su casa.

A principios de enero, Jim  Marshall viajó con trece niños de las iglesias de Buenos Aires al campamento en las sierras de Córdoba y se quedó unas semanas más para ayudar con los demás grupos de campamentistas. 

Este año, papá no participó en absoluto en los programas del campamento, ya que mamá debía dar a luz al bebé número cinco en algún momento antes del final del verano.
Hubo un número récord de jóvenes del área de Buenos Aires que asistieron al campamento, unos 35. 
Me emocionó especialmente que Delia, mi compañera de clase y su hermana estuvieran entre ellos. Les atraía especialmente el hecho de poder conocer a mi amiga autora Mirtha Siccardi, cuya novela leyeron todos en su familia, incluida su mamá.


También era mi último año en Argentina. Le escribí a mi amiga: "¿Te diste cuenta, Mirthísima, que es el último campamento antes que me vaya a Norte América y que quizás sea la última vez que te veas antes de irme porque no sé si podré ir a las Conferencias?"

Recuerdo haberme sentido muy triste muchas veces durante ese campamento.


La descripción de nuestro viaje de regreso del campamento trae de vuelta muchos de aquellos recuerdos. Algunos felices y otros  tristes. El viaje de dos horas y media en la parte trasera del camión desde las sierras hasta la ciudad de Río Cuarto nos dejó sucios, cubiertos de polvo y muy cansados, pero felices. Después de lavarnos, comer algo y una pequeña siesta, algunos de nosotros fuimos a recorrer los lugares de interés: El encantador parque de la ciudad con paseos en bote, y el centro de la ciudad para comer y comprar recuerdos. Casi no voy porque había estado llorando, sintiéndome muy triste. 
Esa noche tomamos el ómnibus a Buenos Aires, mi última vez.
Dormí en el viaje bastante pero igual llegamos todos tan, tan, tan casados. Fue lindo llegar de nuevo a casa y ver a todos. Encontré mejor a mi mamá excepto que tenía los pies muy hinchados. . . Comí un poco y me fui a dormir. A las 4 y cuarto me despertó mi papá porque tenía que estar en el Templo para ir a la Hora Feliz.
En una carta anterior a mi amiga le había mencionado un nuevo desarrollo interesante en torno a las Horas Felices.

¿Sabés que pedimos que nos manden tranvías? No sé si te enteraste que están regalando tranvías a cualquier sociedad religiosa o de beneficiencia. LAPEN por medio del Sr. Bongarrá consiguieron 10 y él mismo también algunos. Mi papá, antes de saber esto mandó pedir algunos y estamos orando que nos envíen siquiera uno para poner en Villa Domínico.

Entonces, ¿qué pasó? Recuerdo que mi mamá fue quien vio el anuncio sobre la oferta del gobierno, de tranvías viejos, con sólo pagar el transporte, y sugirió que podrían usarse como pequeñas capillas.

El 5 de marzo, mamá comenzó una carta a sus padres:

Aquí Rita y yo estamos sentadas en un tranvía tratando de escribir cartas, leer y descansar, pero no podemos hacer mucho porque hay una pandilla de niños afuera tratando de molestar. Ayer por la mañana contratamos dos camiones y una grúa para traer los 4 tranvías. (¿Les dijimos que el Gobierno nos dio 4?) Dos de ellos los colocamos en un terreno en Villa Domínico y dos aquí en un terreno que pertenece a una familia de creyentes. Papá y algunos de los hombres están poniendo una cerca de alambre alrededor del lote de Villa Domínico y probablemente mañana lo hagan aquí, es decir, si no tengo que salir urgente al hospital. Estoy tan contenta de haber podido seguir adelante todavía!

Anoche, Lynn y otro chico durmieron en el de Villa Domínico y otros dos aquí. Esta mañana cuando fuimos a ver cómo les había ido, todos habían pasado la noche muy bien y en paz.

Estos tranvías son realmente útiles. Uno es un modelo de 1955 y está en excelentes condiciones. Los otros 3 tienen un asiento suelto aquí y allá o algunas ventanas rotas, pero todos pueden arreglarse a tiempo y hacer bonitas capillitas. Cada uno tiene asientos para 36 personas.

El trabajo duro comenzó en serio. Los hombres, jóvenes y viejos, comenzaron a quitar las paredes intermedias para unir los coches,  luego unir los techos y hacer las reparaciones.


 Papá continuó escribiendo donde mamá lo había dejado.
jueves 

Estos son días difíciles: estamos tratando de hacer demasiadas cosas en muy poco tiempo. Hacemos todo lo posible para proteger estos tranvías, pero después de haberlo hecho, el Señor puede cuidarlos. . . Como los jóvenes llevan ya dos años de tener Horas Felices en Villa Domínico y admás tuvimos una campaña con la carpa, sentimos que debíamos poner dos de los tranvías en ese lugar.

Tengo tantas cosas que hacer con la construcción de la iglesia, el Instituto, trámites en oficinas públicas, mantener contentos a todos los misioneros [era el Superintendente del Consejo de Misioneros], etc. que casi me desmayo a veces. Pero el Señor es capaz.

Más tarde ese mismo día, papá agregó un párrafo final.

Bueno, ¡tienen otro nieto pelirrojo! Nació a las 14:35 hs. pesó 3. 850 kg. Kathryn está muy bien y el bebé es muy agradable, bastante bonito para un recién nacido. Kathryn está en el Hospital Británico recibiendo la mejor atención.

¡Lo que papá no dijo fue que mientras completaba el papeleo de ingreso al hospital, se quedó dormido! Cuando despertó el bebé ya había nacido.

Los muchachos que trabajaban en los tranvías esperaban ansiosos la noticia del bebé, pero recuerdan que cuando el pastor Hoyt regresó del hospital lo primero que hizo fue verificar el avance de los trabajos y dar más instrucciones para continuarlos. Pasaron unos minutos, se miraron, y como no había dicho nada, le preguntaron. "¡Ah, sí, otro varón!" dijo, y siguió diciéndoles cómo seguir con los trabajos.


En casa, mis hermanos y yo también esperábamos expectantes la noticia. Cuando papá nos dijo que Ruth había llegado, no le creí e insistí en que nos dijera la verdad.

El 29 de marzo, papá dio un informe más completo a los abuelos.

Queremos enviarles esta carta y deberíamos escribir mucho más, pero estamos tan presionados por el tiempo que tendremos que limitarlo. Llamamos al bebé Norman Alan, en homenaje a su abuelo y deseamos que se le parezca no solo por ser pelirrojo. Pensamos que el nombre sería apropiado. Hasta ahora ha sido un bebé encantador. Kathryn todavía puede alimentarlo y esperamos que continúe por algún tiempo.

Se llama Norman Alan, pero el plan siempre fue llamarlo por su segundo nombre siguiendo la tradición familiar de nombres de cuatro letras fácilmente pronunciables en español.

Papá continuó diciendo:

Nos encaminamos a nuestra última temporada aquí en Argentina. Tratar de poner todo en orden para que un pastor nacional tome el relevo, coordinar todo dentro de la misión como debe hacerlo un presidente, y, además,  ser pastor y padre me tiene casi derrotado. Sin embargo, si logramos aguantar otros 9 meses, el Señor nos dará un largo descanso.

Fueron días intensamente ocupados. No me sorprende que no haya encontrado fotos de Alan cuando era bebé.

Me vienen a la mente las siguientes escrituras:

Una bendición que Moisés pronunció para uno de los hijos de Israel: Deuteronomio 33:25b "... como tus días serán tus fuerzas".

Alan nació el 7 de marzo, la última semana de vacaciones de verano. Pocos días después, el 11 de marzo, comenzó el año escolar.

Eclesiastés habla repetidamente del tiempo oportuno de Dios. En el capítulo 3, versículo 1: "Hay un tiempo señalado para todo. Y hay un tiempo para cada suceso bajo el cielo".

martes, 28 de febrero de 2023

Fines de 1962

 


A fines del año 1962, esperábamos con ansias los grandes acontecimientos que se avecinaban en 1963 y analizamos detenidamente la última década.

Como familia, estábamos entusiasmados con la llegada de un nuevo integrante. Le escribí a mi querida amiga Mirtha:

¿Sabés una cosa . . . ? Voy a tener una hermanita (porque si es "to" lo devolvemos, ¡MENTIRA!) Si es nena, como deseamos todos que sea, se va a llamar RUTH (ANN?) HOYT. Si es nene, no sabemos cómo se va a llamar todavía. ¿Qué te parece?

Mi hermanita Ruth va a nacer más o menos en febrero fines o marzo prinicpio. 

Y tu sobrinito/ta, ¿cuándo? 

La mirada hacia atrás tuvo lugar el 10 de diciembre de 1962 cuando nuestra pequeña iglesia en Don Bosco celebró su décimo aniversario. Una campaña de evangelización bien publicitada condujo al evento, con reuniones vespertinas y tres horas felices para niños durante cinco días.

Julio Poncet diseñó un volante que distribuimos de puerta en puerta hasta que nos quedamos sin volantes y sin tiempo! Sin embargo, el pueblo estaba bien informado porque el anuncio, del tamaño de un cartel, estaba pegado en todos los lugares posibles. Le escribí a mi amiga sobre un suceso que vivieron nuestros compañeros durante los preparativos.

Los muchachos salieron varias veces a la noche y se quedaban hasta tarde 1 o 2 de la mañana pegando carteles . . . Pero, ¿sabés lo que les pasó a los muchachos pegando carteles? Resulta que Julio R. llevaba a Julio P. en la bicicleta, Lynn llevaba a Aldo, y Antonio, bueno no recuerdo bien pero creo que llevaba el engrudo. Antonio no sabe "montar" bien la bicicleta (como dice él) entonces ¡CRASH! un choque. Julio R., Julio P., engrudo y más engrudo, Antonio, bicicletas, barro, etc. etc. Julio P. lo único que hacía era reírse. Julio P. se ríe y se ríe y se le mueve todo el cuerpo. Te contagia enseguida. La madre nos contaba después que no podía ni contarle a ella lo que había pasado por la tanta risa que tenía.

Hago una pausa para mencionar un incidente relacionado. Los muchachos hicieron un trabajo tan intenso que prácticamente “tapizaron” la estación de trenes con los afiches. Esto motivó una queja del Jefe de Estación a mi papá.

Bueno, la campaña, no voy a decir que fue un fracaso pero sí fue una desilución muy grande. Trabajamos tanto tiempo y vinieron tan pocos. Los mensajes fueron hermosos. Bueno, pero estoy segura que muchos vecinos que son tan indiferentes escucharon el mensaje porque lo pasábamos por el parlante. El Señor sabe y sabemos que Su Palabra no volverá vacía así que yo creo que en el cielo veremos los frutos de esta campaña. 

Lo que fue realmente maravilloso en la campaña fueron las Horas Felices de 5 días que tuvimos en tres lugares del pueblo. Alcanzamos más o menos 100 chicos.  

Pastor Hoyt

Papá preparó y leyó un resumen de sus diez años en Don Bosco. Ya he compartido partes de este documento, pero pensé que podría interesarles leer la historia completa de la obra de Dios en un pequeño pueblo a través de siervos comunes e imperfectos.









Pachín