Papá escribió, Realmente disfrutamos la refrescante brisa del mar. Los muelles de Montevideo, limpios y modernos también fueron acogedores.
Para mis padres, lo más destacado de la estadía de un día en la capital uruguaya fue conocer al Sr. Quimby, el padre de un ex compañero de estudios. Nos mostró toda la ciudad. Fue una gran experiencia para nosotros.
Finalmente, el viernes 1 de febrero, a las 6 de la tarde, salimos de Montevideo hacia nuestro último puerto, ¡Buenos Aires!
El 2 de febrero de 1946, a las 5 de la mañana estábamos en el puerto de Buenos Aires, pero antes de amarrar nos detuvimos para que varios funcionarios subieran a bordo y revisaran todos los pasaportes, visas, etc. Alrededor de las 11:30 el barco llegó finalmente al muelle de pasajeros.
Mamá se emocionó al ver un par de caras conocidas entre la multitud: “¡Miren, el hermano Sickel y el hermano Dowdy están aquí para recibirnos!”. Papá explicó en su carta que estos veteranos misioneros habían aprendido a circular por la zona portuaria. A muy pocas personas se les permitía ingresar.
Fue entonces cuando me entregaron por sobre la borda al Sr. Sickel. Desde entonces afirmaron que Rita fue la primera en tocar suelo argentino. Aunque, dudo seriamente que haya tocado el suelo en aquel momento.
Mis padres desembarcaron poco después y pasaron por la aduana con su equipaje de mano, ¡un trámite que yo pasé por alto!
Papá, que había traído su bombardino, dijo: Esperaba pagar por mi gran instrumento musical, pero el agente de aduanas dijo que no me cobraría. Todo el resto del equipaje podría retirarse el lunes siguiente cuando la Aduana estuviese abierta al público.
Nuestra pequeña familia tuvo la suerte de tener dos guías para familiarizles con la gran ciudad durante el fin de semana. Estábamos muy agradecidos por ello, escribió papá.
Por un malentendido, o falta de comunicación, ambos hombres habían viajado por separado desde diferentes lugares de la Provincia de Córdoba.
Clarence Sickel y su esposa Loree ya llevaban casi veintisiete años en Argentina. Actualmente vivían en Río Cuarto, una ciudad de 45.000 habitantes.
Paul Dowdy y su familia, misioneros desde hacía nueve años, estaban en La Carlota, una pequeña ciudad, con menos de 10,000 habitantes.
Nuestros guías nos llevaron a conocer la ciudad por la tarde hasta la noche. El domingo estuvimos en una iglesia de habla inglesa y luego en una de español por la noche.
Casa Rosada y Plaza de Mayo |
El Sr. Sickel les dio a mis padres la correspondencia que se había acumulado durante esos treinta y nueve días en el mar, ¡un verdadero placer!
El lunes a la mañana temprano, los tres hombres eran los primeros en la fila de la aduana. Sorprendentemente, sólo se tardó una hora en pasar y no hubo ningún recargo por nada.
El siguiente orden del día fue la oficina de inmigración con todos nosotros presentes para tomar fotografías, huellas digitales y responder preguntas. Mientras tanto, yo disfruté de toda la atención. Papá escribió, Rita estaba pasando de una empleada a otra en la oficina. Les habló, se encogió de hombros, arqueó las cejas, etc.
Lo que seguía en la lista de tareas pendientes era: registrarse con el Cónsul norteamericano; visitar el banco; y el martes coordinar el envío del equipaje a Río Cuarto.
Estábamos felices de contar con quienes nos ayudaran en esta extraña lengua. No sólo ayudaron, sino que realmente resolvieron todas nuestras preocupaciones y llevaron a cabo cada detalle.
Ese día, a las 19:15, tomábamos el tren para la última etapa del viaje. Cada kilómetro nos ponía un poco más ansiosos.
Mamá escribió: ¡Este país tiene dos extremos! Buenos Aires no parecía demasiado diferente a la ciudad de Nueva York.
Pero, a poco de iniciar el viaje, notamos un gran cambio en las casas, los caminos, la gente, etc. La mayoría de las calles eran pequeños senderos embarrados. Las casas son todas de ladrillo o cemento. Sin embargo, es mucho mejor de lo que esperaba.
Papá escribió: "Bendice, alma mía, al Señor, y todo lo que hay en mí, bendiga su santo nombre". Después de siete meses de espera, estamos en suelo argentino. El Señor ha sido tan bueno con nosotros durante todo el camino y especialmente en esta última etapa del viaje. Finalmente a las 10:30 de la mañana del 6 de febrero, estábamos en la ciudad de nuestros sueños.
Río Cuarto, hace alusión al más austral de los cuatro afluentes que corren hacia el este de la provincia hasta el segundo río más largo de América del Sur, el Paraná (“como el mar”).
Hacia finales del siglo XVIII creció un asentamiento con inmigrantes de Italia y España y en el siglo XIX se había convertido en un centro de transporte para la agricultura de la región y los mataderos y plantas procesadoras de carne.
Centro es la palabra que me viene a la mente cuando pienso en la estación misional de Río Cuarto. La propiedad comprada estaba en Cinco Esquinas, donde se unen cinco caminos. Desde que tengo memoria, fue el lugar central para conferencias denominacionales, reuniones de juntas, clases del Instituto Bíblico, salidas para campamentos de verano en las sierras, etc. Tengo tantos buenos recuerdos de ese lugar… En mi mente puedo recorrer toda la propiedad. Sólo recientemente reflexioné sobre la exigencia que esto ha de haber impuesto a la familia misionera que vivía allí.
Cuando llegamos por primera vez a Río Cuarto, que fue el 6 de febrero, nos dieron una habitación en la casa con los Sickel. Hemos aprendido a querernos mucho y a valorar todo lo que han hecho por nosotros, escribió papá. Inmediatamente, el hermano Sickel empezó a buscarnos una casa. La vivienda adecuada era muy escasa en ese momento.
“Venid ahora, vosotros que decís: Hoy o mañana viajaremos a tal o cual ciudad y pasaremos un año allí y haremos negocios [evangelismo] y obtendremos ganancias [discípulos], (Santiago 4:13 HCSB)”.
¿Sería Río Cuarto nuestro destino final?
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